Marrakech está sólo a dos horas de avión de Barcelona, pero a años luz del ritmo de vida de las capitales europeas. A pesar del calor (40 grados a la sombra), es un destino precioso al que escaparse en verano. Colores vivos en todos los comercios, pieles secando al aire, especias a raudales en cada esquinazo.
Nosotros optamos por integrarnos en la medina, y terminamos entablando amistad con algunos de los vendedores de verduras y de dulces (un vicio) que aparecían sólo al caer la noche, por el Ramadán. Si vais con tiempo, una escapada obligatoria es Essaouira, en la costa, para pasear y comer el pescado fresco que te preparan en casi todos los locales. Eso sí, importante, al recorrer la plaza de Yamaa el Fna, en Marrakech, preparaos para el acoso y derribo de los lugareños. ¡Son excelentes negociadores!