#Ysi compartimos historias?

Una vez, un grupo de turistas japoneses se puso de pie y a aplaudir cuando se les sirvieron sus cafés metidos dentro de una magdalena. Una vez, una chica salió a tomar el aire y un respiro de su tesis, y encontró el libro que precisamente iba buscando desde hace meses para completarla. Y todos los días, están Julio y Santiago sonrientes y dispuestos a compartir estas historias, y más. ¿Dónde? En El Cafelito.

El Cafelito es un lugar en el que pasan cosas bonitas, y se toman buenos cafés. En pleno centro de Lavapiés, Julio y Santiago se decidieron a cambiar su trayectoria más ligada al diseño y la creatividad por un proyecto en el que el café es protagonista. ¿Un único protagonista? No, comparte liderazgo con cada uno de los clientes que cruza las puertas de El Cafelito; porque Julio y Santiago tienen por norma suprema que sus clientes sean el centro de la experiencia, y se sientan tan a gusto en su local preferido que, cada vez que se levanten para irse ya estén contando los minutos para volver.

Julio y Santiago hicieron un enorme ejercicio de recuperación de un antiguo locutorio, descubriendo un encanto oculto (fijaos en sus vigas de madera) que ahora es más que patente con un mobiliario acogedor que nos hace sentir como en el salón de casa. Desde el principio siguen la norma de que para pasar un buen rato no se necesita mucho: buena compañía, un buen café, y un buen trato (en su caso, el calificativo buen se convierte en encantador). En El Cafelito, las cosas se viven con calma, aunque el boca oreja ha convertido su proyecto en todo un destino para cafeteros. Su café, sus tartas caseras, y el agua emulsionada que ofrecen al entrar; su proyecto de biblioteca dinámica en el que podemos llevarnos libros si traemos otro a cambio; su atmósfera tranquila… todo suma para situar a El Cafelito en el pódium de los sitios a los que ir para sentirse a gusto.

Ya sabéis: para llevar, vuestro café frío favorito. Para sentarse y ver pasar las horas en uno de los lugares con más encanto de Lavapiés, sin duda alguna, El Cafelito. ¿Para qué está la vida si no es para vivir (y compartir) historias bonitas?